El amor es un juguete economico

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Miren lo que le pasó a Gerald Krein en 2005: el tipo, que vivía en la localidad de Klamath Falls, Oregon, había convencido a 32 mujeres, vía chat, de que cometieran suicidio colectivo por Internet. Al parecer, la intención de Klein era sincronizar webcams y darse cuello simultáneamente con todas esas fulanas. Entre sus recién adquiridas pupilas estaba una mujer, madre de dos hijos, que planeaba matar a los chamacos y luego suicidarse. Por supuesto, me parece más plausible que Krein habría observado a las 32 locas –de nacionalidades estadounidense y canadiense– matarse, y luego apagaría la computadora, sacaría unas palomitas de maíz de microondas y se pondría a ver The Price is Right o alguna gringada del estilo. En realidad, el tipo nunca concretó sus planes, pues la policía lo atrapó el 11 de febrero. Le aplicaron una fianza de 100 mil dólares, que iba a tardar como seis vidas en pagar completita. Lo que me interesa del caso es que el día del suicidio colectivo establecido por Krein sería el 14 de febrero, día de San Valentín. Maldición.
“Baldía y fea como una rodilla desnuda es mi alma”, dice el desamparado personaje de El juguete rabioso, novelón del argentino Roberto Arlt. El amor es una emoción muy particular, un juguete rabioso, yo parafrasearía, que tiene la propiedad de subirnos a los cielos y también enterrarnos en el averno. Pero nadie, esto es casi universal, nadie se resiste a probarlo. Aunque sepa a la miel más dulce. O a mierda.
Las empresas gastan millones de dólares en publicidad y promociones especiales para el día V. Por ejemplo, 61% de los gringos celebran la fecha, y en 2006 gastaron, en promedio, 100 dólares en ese día. Quizá no suene espectacular, pero 300 millones de estadounidenses sacando espontáneamente 100 dólares de su cartera, créanme, es una bestialidad. En verdad la gente enloquece en el mentado día del amor y la amistad. 73% de los hombres mexicanos con pareja, según una encuesta de Consulta Mitofsky en 2005, regalan algo en ese día. La industria de las tarjetas de felicitación (físicas y electrónicas), de las flores, los chocolates y la joyería, incrementan sus ventas de manera exponencial. La comunidad tzotzil de Chiapas, por ejemplo, desplaza más de 200 mil rosas (en siete tonos diferentes, según reporta El Universal) para el 14 de febrero (algo similar sucede en 10 de mayo, edipos). Por algo será: según Consulta Mitofsky, 1 de 5 hombres mexicanos con pareja, regalan flores ese día. Qué imaginación. Lo que sí resulta sorprendente es que el regalo que va a la alza en San Valentín es el teléfono celular: resulta que el año pasado las ventas de aparatos en México subieron un 20%. El celular es el gadget del amor y el desamor. En Inglaterra, por ejemplo, los mensajes de texto (SMS) que se envían en ese día ascienden a 78 millones –28 más que en un día normal–. En el siglo XXI el amor se demuestra por móvil. Un SMS dice más que mil imágenes. ¿Alguien se ha preguntado por qué los videoteléfonos de 2001: Odisea del espacio nunca han pegado? Porque quién quiere que le vean las ojeras, los pelos mal peinados y la papada antisexy cuando un SMS te convierte en alguien misterioso, romántico, preciso y espontáneo. En el mundo del SMS amoroso no importa la gramática, la sintaxis y la ortografía. Lo que sucede es que el teléfono celular es el aparato más íntimo de nuestra época. El simple hecho de tener el número de alguien significa, en muchos casos, que ha habido un entendimiento. Sin embargo, no quiere decir que todos los números en nuestros teléfonos sean de posibles acostones. No no no. Sólo los de ciertas personas o, en el caso de los enamorados, de una sola. Es el que pones en marcado rápido. Al que le colocas el nombrecito especial, el que tú y esa persona emplean cuando usan el ‘baby talk’ (no se hagan, todos los enamorados hemos hablado alguna vez como niños idiotas). ¿Cuántos “te amo” se enviarán al día por SMS? Las frecuencias celulares están llenas de esos pedacitos de intimidad. U2 tenía algo de razón al escribir aquello de “faraway, so close”. El amor es maravilloso, ¿no?
Y al mismo tiempo, les digo, el amor es un juguete rabioso. En los dos últimos años me he enterado de casos de rupturas por culpa del celular. Una mujer celosa espiando en el móvil de su novio. Y todo cambia. Recientemente leí que, en Polonia, en uno de cada tres juicios de divorcio se presentan SMS como evidencia de infidelidad. En Singapur, un diario reportó que 9 de cada 10 aventuras extramaritales son expuestas por el celular. Y en Italia, los cuernos se balconean por SMS en 87% de los casos. Por otro lado, yo conocí a alguien a quien lo tronaron por celular, con un frío y maldito SMS. Y a otro imbécil que conseguía los números por debajo del agua y acosaba señoritas con el mensaje “soy Hamlet entre tinieblas”. ¿Siguen pensando que regalar un celular el 14 de febrero es una buena idea?
Regalar algo, supongo, debe ser sólo el recordatorio de que, por suerte, no estamos solos. Y digo “por suerte” no en un tono patético o conformista –ni porque no piense que, en ciertos momentos, estar solo sea bueno y sano–, sino porque en verdad lo creo. Así como la maquinaria consumista se pone de gala en San Valentín, hay demasiada gente sola en el mundo. Por ejemplo, esto que me encontré en un sitio de gente que odia el Día V (lo traduzco sin censura): “El día de San Valentín es una pinche mierda, ¡y este va a ser peor porque estoy sola de nuevo! Estoy enamorada de alguien que ni siquiera sabe que existo”.
Les digo, estar acompañado es un asunto de buena suerte. Trabajen para seguir así.

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