Confesiones de un cristiano en rehabilitacion parte 2

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Un buen día descubrí que Jesús era venerado en el Islam como un profeta, si bien no tan importante como Mahoma, de los chonchos. Y que la Virgen María era respetada y reconocida entre musulmanes. También me enteré que el rosario, tanto el objeto como el hecho espiritual del rezo, no eran exclusivos de la fe cristiana. Los avatares hindúes, supe más tarde, son como dioses encarnados y el Verbo (sí, el que se hizo carne) hace un fuerte eco al Om o Aum, la sílaba sagrada de las religiones dármicas. Leí sobre los cinco pilares del Islam, las tres nobles verdades y el óctuple camino del budismo y las múltiples emanaciones de Dios (o eso que llamamos Dios) para los hindúes. Lejos de convertirme en un santo, conocer las similitudes y reparar en las diferencias me hizo un tipo muy feliz. Ya sabía algo más. Y mi primera conclusión fue que la verdad no necesariamente estaba en la iglesia.

Estamos, en el orden cronológico de mi relato, en los años noventa. La Sra. Waye abandonó, poco después que yo, la onda pentecostal y se fue de shopping ese inmenso supermercado espiritual llamado New Age. Claramente, ni la iglesia ni las enseñanzas de la Renovación en el Espíritu Santo le habían dado respuestas y (sobre todo) paz. Máxime que la cosa se estaba empezando a poner paranormal: ya recibía invitaciones a conferencias sobre el Anticristo, los peligros del rock satánico y las mil y un formas en que el mundo se iba a terminar (algo así como un curso de choque sobre el Apocalipsis). La Sra. Waye finalmente dejó la parte hardcore fanaticona, y se fue a otros lados. Así es que durante toda esa década, mi madre se almorzó libros de metafísica de Connie Mendez, Victor Frankl, Emma Godoy, Deepak Chopra… se metió a clases de yoga (sí por la cuestión física, pero más por la promesa espiritual), ayurveda, reiki, numerología, evangelios apócrifos, cábala y hasta una cosa (que nunca entendí) llamada ‘Curso de milagros’. Pasó por una secta que juraba que unos extraterrestres estaban construyendo una pirámide gigante en la estratósfera (en serio, eso le decían) y por otra que ofrecía una fecha exacta en la que una ‘lluvia de fotones’ iba a terminar con la vida en la Tierra (con excepción de aquellos que juntaran como 20 litros de agua, y se encerraran en su casa a repetir los rezos que ofrecía el grupo sectario… por una módica cuota). Durante un tiempo se estacionó en el hinduismo, a través de una pequeña secta con domicilio en las calles de Guanajuato, en el DF, que le rendía culto a un supuesto avatar de nombre Sai Baba. Durante esa época la vi más contenta y entusiasmada que de costumbre. Yo estaba en pleno con mi onda autodidacta de religión comparada, y me cayó a la perfección la época Sai Baba de la Sra. Waye: la acompañé varias veces a las sesiones, que iniciaban con cantos en sánscrito, emulando una maltrecha posición de flor de loto (nunca me salió), y proseguían a veces con mantras al lingam (una imagen de adoración del dios Shiva, en este caso, en forma de huevo) o pasándose una curiosa ceniza que supuestamente el Sai Baba emanaba espontáneamente de sus manos. Todo eso fue muy interesante, sobre todo porque me permitió adentrarme en el que ya era mi dios favorito del panteón hindú, Ganesha o Ganesa. Este muchachito con cabeza de elefante, llamado ‘el removedor de obstáculos’, resultó ser el patrono de los escritores. De inmediato lo adopté (o dejé que él me adoptara) y a la fecha cargo siempre una medalla suya en el pecho (incluso, durante muchos años la traje al lado de una medalla de San Benito… multicultural, ya saben). Yo no creo en Jesús, pero sí en Ganesha.

En realidad, esa es la cuestión. En uno de sus libros, el Dalai Lama dice que la religión es algo que debe cuadrar con tu cultura y tu personalidad. Yo no puedo negar, por ejemplo, que nací en un país cristiano y que vivo e interactúo en una comunidad cristiana. Sin embargo, mi personalidad no cuadra con los valores, si no cristianos, de la iglesia católica. Como mucha gente, en su momento me conflictuó saber que algunos párrocos profesaban la castidad pero vivían en su caserón con una ‘sobrina’. O es jodida contradicción que se amalgamó con el tiempo: un hombre (Jesús) basa gran parte de su doctrina en el discurso de la pobreza material (hijo de carpintero, entró en Jerusalem a bordo de un burro) como vía para alcanzar la riqueza espiritual (ustedes saben, “mi reino no es de este mundo”). Al mismo tiempo, el estado Vaticano es uno de los más ricos del mundo.Y sus dirigentes son elitistas y discriminadores. Con el paso de los años, superé mi frustración: entendí que la iglesia era humana, y que lo que sucedía era natural. Visité la Capilla Sixtina, con Sonic Youth en mi iPod (lo recuerdo) y me quedé idiotizado ante eso. Qué cosas más hermosas crean los hombres… inspirados no por Dios, sino por su creencia en Dios.

La Sra. Waye emigró del hinduismo al budismo a la vuelta del milenio, donde a la fecha parece sentirse a gusto. Me encanta el budismo por muchas razones, pero no podría ser budista. Soy demasiado yo para eso. Nunca he vuelto a participar activamente en una organización religiosa, ni cristiana, dármica o islámica. Aunque me sé el ritual de memoria, ni loco vuelvo a ir a misa. Me aburro. Las palabras que ahí se dicen, en español o latín, no le dicen nada a mi corazón. La organización de la iglesia católica no tiene ningún tipo de autoridad moral sobre mí.

Sin embargo, sí creo en Dios. Esa cosa que (esta es mi creencia) a veces se manifiesta. Adentro y afuera. “Your outside is in, your inside is out”, han dicho los Beatles. “The higher you fly, the deeper you go.” Sigo leyendo la Biblia. Me gustan más las partes sangrientas y sensuales, pero también los Evangelios. Respeto y admiro a Jesús. Y este mes, Charlotte y yo llevaremos a bautizar a la Cobra (tendrá 1 año y 5 meses). Sólo porque ella nació en un lugar cristiano, y se merece ese contexto. La religión, estoy convencido, forma carácter y da cultura. Que ella se quede ahí o busque su propio Dios (o ninguno), será su problema. Me vale madres si mi hija decide ser una atea consumada o una monja en procesión anual a Santiago de Compostela. Igual la Cobra siempre va a estar en mi corazón.

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